lunes, 1 de octubre de 2012

CAMINO DE SANTIAGO

Hace un par de semanas he tenido la fortuna de poder hacer un tramo del Camino de Santiago, concretamente los últimos 209 kilómetros que separan la estación de tren de Ponferrada de la plaza del Obradoiro.


Una semana caminando una media de 30 kilómetros por numerosos pueblos y aldeas del Bierzo y de Galícia (sin entrar en política, por las reivindicaciones patentes en los carteles que me he encontrado). 

Poblaciones mayoritariamente pequeñas, de la auténtica arquitectura popular, de la construcción de piedra y madera, de la arquitectura monumental y religiosa, de la más absoluta ausencia de normativas, donde numerosísimas famílias viven de la agricultura, la ganadería y de la atracción turística propia del Camiño.






Una semana que, por tanto, para un humilde técnico, ha sido un auténtico respiro, donde nadie se refería a las ITEs, ni a telecos, ni a eficiencia energética, sino a la esencia más absoluta del peregrino, es decir, avanzar poco a poco al destino cubriendo las necesidades más básicas de las personas, con la perspectiva reducida al metro o metro y medio que se tiene por delante para realizar con garantías el siguiente paso.Una semana, también como era de esperar en un trazado especial como el Camino, sin grúas, sin hormigoneras y prácticamente sin actividad del sector, exceptuando algunos trabajos ruidosos en alguna población mayor o algún trabajo de reparación o mantenimiento.

Sé que mi objetivo no era fijarme en todas estas cosas, pero supongo que se trata de la deformación profesional...












Y como no podía ser excepción, la magnífica Santiago de Compostela, con una parte importante de parque de edificios antiguos y proporcionalmente pocos andamios, con una parte nueva de modernos edificios con aparente poco uso y movimiento, y con una importante población flotante, entre otros los 1.000 peregrinos diarios que me comentaron estaban llegando esos días a la Catedral, que parece no justificar, como en otros muchos sitios, inversiones millonarias que ahora se han convertido en deudas para todos, como la monumental (y desproporcionada?) Ciudad de la Cultura (que no tuve tiempo de visitar, una lástima), por no comentar la escasa actividad del aeropuerto de Lavacolla, me imagino que compartida con los aeropuertos de Coruña y Vigo, a demasiados pocos kilómetros entre ellos como para mantener ese tipo de infraestructuras.


Aún así, una experiencia que recomiendo a todo el mundo, tanto si se le ha pasado por la cabeza como si no, y que probablemente repetiré, con más o menos tiempo, andando o en bicicleta. Hay que vivir el Camino.

Un abrazo especial para el instigador de la idea y compañero de fatigas y ampollas Albert Oñate. Esta entrada va por él.